Consumió su existencia imaginando
como sería
la vida al otro lado.
Al otro lado
de los días grises,
de las
rutinas y la monotonía.
De las cosas
cotidianas,
de los
niños, de la casa, de la compra,
de tomar
café con las amigas,
hablando de
hombres y de trapos.
Imaginó que
subía en un tren
hacia otra
vida,
con billete
de clase turista,
con parada
en todas las estaciones.
Soñó que se
alimentaba de experiencias
fundiendo el
tiempo segundo a segundo.
Hizo la
maleta
y decidió
romper con todo.
Cerró el
último libro
que estaba
leyendo,
escribió el
último poema;
quedaba poco
tiempo.
Entonces
observó, aturdida,
como los
empleados de la funeraria
metían su
cuerpo, inerte,
en un ataúd
de pino.
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