miércoles, 29 de abril de 2015

LA MUJER INVISIBLE


La mujer invisible camina por la calle
desnuda y sin complejos,
se infiltra entre la multitud
para tocar los traseros sin pudores,
no precisa lavarse, ni peinarse,
no se adorna con joyas o abalorios,
ni se perfuma con sugerentes fragancias.
La mujer invisible puede gritar tan alto
como le venga en gana,
asaltar bancos sin armas, ni pasamontañas,
puede seguirte hasta tu casa
y descubrir  tus escondites secretos,
leer tu diario o hurgar en tus cajones,
incluso puede dormir junto a ti
cuando crees que estás solo.
La mujer invisible
puede entrar en cines y en teatros,
sin pagar la entrada,
comer en restaurantes con cinco estrellas Michelin,
visitar gratis los mejores museos,
ir a la universidad y doctorarse,
incluso codearse con ministros y reyes.
La mujer invisible es tan ligera
que podría rodear la tierra
con un soplo de viento,
tan veloz que ganaría los cien metros lisos
al mismísimo Usain Bolt,
tan diosa que caminaría sobre las aguas.
A pesar de todo, la mujer invisible,
no es tan feliz como pudiera parecer,
a veces desearía sentir el tacto
de las caricias obscenas de un amante,
probar el sabor intenso de los besos,
expresar sonoras carcajadas, llorar a mares,
o dar el último abrazo de despedida.

Por eso,
-solo en contadas ocasiones-
le permito que me posea.

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